Belleza inmerecida
Este año tomé la decisión de eliminar las gladiolas de mi jardín. No es que no me gustaran las gladiolas, pues estas me han regalado cada año con una variedad de flores bellas. Mas bien es que quise cambiar el propósito del jardín de flores a frutos. Para lograr mi objetivo tuve que darme a la tarea de preparar el terreno, removiendo los bulbos para evitar que las gladiolas germinaran nuevamente.
Aún no he recibido el fruto esperado. Sin embargo, en medio del jardín surgió una gladiola con la flor más bella que jamás había visto. A pesar de que yo quise cambiar el propósito del jardín, aquello de lo cual me quise deshacer resurgió con resiliencia, otorgándome una belleza inmerecida.
Nuestras vidas tienen un parecido a este jardín. Nos sentimos insatisfechos y nos damos a la tarea de buscar un propósito. ¿Por qué se nos hace tan difícil encontrarlo? La sociedad le da alto valor a la producción y los resultados, y tratamos de aplicar el mismo concepto a nuestras vidas. Como resultado la búsqueda es infructuosa y nada nos brinda satisfacción. ¿Será que estamos buscando en el lugar equivocado?
Fuimos creados a la imagen de nuestro Dios. Fuimos creados para relacionarnos con nuestro Dios y disfrutar los beneficios de su presencia. Sin embargo, el pecado nos apartó de ese propósito, trayendo dolor y muerte como resultado.
Nuestro estado de decadencia espiritual nos hace olvidar nuestro propósito original. Pero Dios no se ha olvidado de la belleza que diseñó en cada uno de nosotros. Esa belleza es tan valiosa que Dios decidió sacrificarse a sí mismo para redimirnos de nuestro pecado y restaurar nuestro propósito original.
¿Merecemos tal sacrificio? No. Pero a pesar de tus decisiones pasadas, Dios quiere que Su propósito se cumpla en ti y tu vida refleje la belleza para la cual fuiste diseñado.
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